domingo, 30 de agosto de 2009

Demasiado corazón


Leo en La Vanguardia que treinta mil cardiólogos han decidido reunirse en Carcelona esta semana. Creen que es el mejor lugar para analizar los últimos avances en medicina cardiovascular. Piensan que la ciudad ofrece un inmejorable campo de prácticas para ver in situ los efectos sobre el corazón de tanto turista desbocado. Los cardiólogos, llegados de todas partes del mundo, se desplazan por el metro, por Montjuich, por las Ramblas con su pertinente acreditación colgada al cuello. Ellos no son guiris, proclaman silenciosos con su atuendo. Algunos de ellos ha sido visto por las Ramblas a altas horas de la madrugada -y no precisamente celebrando una nueva victoria del Barça-. Han ido en misión de trabajo, por supuesto, y no en busca de sexo rápido y barato como los que salen retratados hoy en la portada de El País encima del titular Sexo de pago en plena calle junto al mercado de La Boqueria de Barcelona
Demasiado corazón, cantaba Willy de Ville, hace unos años. Demasiado corazón.

Ninguno de los cardiólogos, sin embargo, lee "Ya sólo habla de amor", de Ray Loriga. Y quizás deberían. Mejor incluso, tendrían que invitar al bueno de Ray al congreso. Para que les leyera fragmentos de esta novela sorprendentemente desgarradora y valiente en la que se leen frases como éstas.

"Ahora prefería con mucho estar mejor que ser igual. Esto se lo escuchó decir una vez a un viejo comunista: aquel que se preocupa por los problemas de los demás, o no tiene problemas propios o ha decidido ignorarlos. Sebastián ya no se hacía ilusiones con el tamaño de su corazón, era endiabladamente pequeño y no tenía sentido seguir negándolo. El sufrimiento ajeno le provocaba mucha ternura y muy poca desdicha, y el sufrimiento propio le producía exactamente el efecto contrario."
"Tampoco le había dado nadie derecho para indagar en su pasado, ni tenía nada que descubrir que no supiera ya. O tal vez sí, per en cualquier caso era un viaje endemoniado que no estaba dispuesto a hacer. No puede uno viajar libremente en el tiempo y regresar a su pasado que también es el de los demás implicados y sacar cuentas a su manera, como si los otros y la percepción que los otros tienen de los más íntimos detalles comunes no existieran. ¿Qué pensaría su mujer, su verdadera mujer, sin ir más lejos, si a él se le ocurriera recordar y ordenar y suprimir y al fin y al cabo inventar el territorio de sus desgracias y alegrías comunes? ¿Con qué pies manchados con Dios sabe qué barro de ahora entrar en la que fue entonces su casa? Cómo mirarla ahora, a su ex mujer, a los ojos, aunque fuera en sus recuerdos, para tratar de descifrar el desastre que les separó definitivamente. Ni hablar, allí no podía volver como si fuera inocente, o cómo el estúpido fantasma de las Navidades pasadas. No podía ir tan lejos, porque tan lejos ya no existía, no desde luego visto desde aquí. Bendito Colón, y bendito Walt Whitman, que los dos supieron en el momento adecuado que siempre es más fácil seguir que volver. Se dio cuenta, y le costó mucho hacerlo, de que si volviese por un segundo a su pasado real, a su pasado compartido, no estrictamente suyo en ningún caso, no sería más que un intruso. Y no quería ser un intruso en su propia vida, ni tampoco un juez, ni un detective desesperado, no quería inventarse un crimen que no había sucedido sujetando un pelo teñido de sangre encontrado en la moqueta."

2 comentarios:

  1. Eso parece que fuera en El Silencio, a las 3 de la madrugada. Qué bárbaro

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  2. coño imagino que varios infartados por el mundo no tendrán quien los antiendan! están todos allá!

    que bolas esas escenas de sexo.

    JCB

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